Hay personas que se molestan en presencia de los animales, piensan que son sucios y que no son amigables. Este disgusto nos estaría hablando de dificultades con el cuerpo y con el contacto.
Decia una señora “No puedo sentir ternura por los animales, por mas que me esfuerzo me repugnan. Cuando voy a casa de una amiga que tiene un gato no me quedo tranquila hasta que lo pone en otro cuarto, me pongo muy nerviosa, no soporto su presencia.
Esta actitud, ya sea por miedo o por desinteres, podría llegar a esconder un malestar por el amor incondicional, simple y sin limites de los animales hacia sus amos. A veces no se los puede aceptar porque de pequeño no se ha tenido contacto con ellos. Esta puede ser una de las explicaciones, porque sabemos que las bases para una buena relación se establecen en la infancia, pero de todos modos no es una condición, porque se puede aprender a amar a los animales, aunque de chico no se haya tenido contacto con ellos.
Pero el animal puede reenviarnos a la imagen que tenemos de nosotros mismos. Porque son seres muy sensibles que asimilan las características fundamentales de la personalidad de su dueño y pueden jugar el rol de espejo, como si fueran la proyección inconciente de su amo. Entonces cuando una persona dice que no le gustan los gatos, que son animales independientes, esto podría significar que está en conflicto, no con la especie, sino con lo que ella representa inconcientemente.
Es decir que esta persona desearía tener el temperamento que le atribuye al gato (porque es alguien dependiente en sus vínculos afectivos) o tambien puede ser que considera que posee sus características y quiere cambiarlas porque piensa que su independencia lo aisla y lo hace sufrir).
El animal naturalmente busca tocar y ser tocado y nos interroga, por lo tanto, sobre nuestra propia capacidad de contacto. Esto obviamente pasa por el cuerpo, entonces cuando a una persona no le gustan los animales, puede significar que tiene dificultades con su propio cuerpo, que aparece con dificultades para sentir. Frente al contacto con otros se produce una suerte de aprensión y sobre todo, angustia. Hay mucho miedo de sentir y deja poco lugar a sus emociones y entonces hay explicaciones racionales en detrimento de los sentimientos que le impiden tener acceso a los animales.
Un joven de 26 años dice “Mis padres me dijeron siempre que los animales eran sucios y malos. Esta idea siempre rondo en mi cabeza desde siempre y nunca pude quererlos. Cuando se me acerca alguno me empiezo a irritar. Ni pensar que un gato o un perro quiera subírseme encima, porque no me gusta. No tengo ningún interés en ellos, los únicos que me simpatizan son los perros de mis dos amigos, creo que los quiero porque los veo siempre y me habitue a que estén ahí. Cuando llego me hacen una fiesta tremenda y a ellos si puedo darles afecto.
Repito que el contacto con un animal compromete el cuerpo propio y cuando esta actividad es desagrable, es posible que el ser tocado en general sea algo que produce incomodidad y por lo general, angustia.
De todos modos no sirve de nada juzgar a aquellos que tienen dificultades en el contacto con los animales, porque siempre hay una razón que no siempre es conciente.