Este blog esta destinado a tratar temas que nos preocupan a los seres humanos. De que manera nuestros comportamientos, nuestros temores, influyen en nuestra modalidad de vinculo, en nuestros exitos y fracasos.
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viernes, 20 de marzo de 2015
Miedos infantiles
El sentimiento de miedo es normal y muy importante para el desarrollo del niño porque va a permitirle ganar en autonomía. Es decir que cuando va superando los miedos puede tomar confianza en si mismo y crecer. Por supuesto que los padres tienen un papel muy importante para ayudarlo a superarlos y evitar que sus inquietudes no gobiernen su vida.
Entre los 2 y los 7 años los niños tienen miedo a los monstruos y a las bestias. Pero si bien son necesarios para su desarrollo pueden transformarse en fobias.
El diccionario de la Real Academia dice que el miedo es un sentimiento fuerte de inquietud, una alarma en presencia o frente al pensamiento de un peligro. Los niños tienen miedo de lo oscuro, del lobo, de la bruja y de los monstruos.
Los niños en general tienen miedos irracionales. Aproximadamente entre los 6 y los 18 meses toman conciencia de lo extraño, lo desconocido, el abandono, la soledad y todo aquello que no les es familiar.
Entre los 6 y los 18 meses los niños tienen miedo a los extraños, al abandono, la oscuridad, la soledad y todos aquellos objetos y personas desconocidos.
Entre los 2 y los 7 años tienen miedo a lo oscuro, los personajes fantásticos, insectos y otros animales más grandes. A esa edad se asustan tambien de los elementos naturales, del vacío, del médico y del dentista.
A partir de los 7 años y hasta los doce, aparece el miedo a la escuela, los deportes, la relación con los otros, los accidentes, la violencia física, la muerte, sobre todo de los padres y el incendio de la casa.
A partir de ahí y hasta los 18 años hay miedo a la escuela, las relaciones con el otro sexo, las actividades sexuales, la deformidad física, el fracaso escolar y hablar en publico.
Es necesario proveerles seguridad y tranquilizarlos haciéndoles saber que uno está ahí para cuidarlos y fundamentalmente no humillarlos, riéndose de lo que les pasa.
Cuando el adulto no lo calma, el miedo se hace más invasivo y se focaliza sobre un objeto o una situación precisa que el niño debe evitar y ahí se instala la fobia.
Cuando el miedo deja de ser una reacción normal ligada a la edad, es excesiva, durable y fuente de dificultades de adaptación, tenemos una fobia.
Lo que importa no es la naturaleza de los miedos sino el impacto que tiene sobre el niño, la influencia escolar y familiar y su duración. Incluso los miedos más banales, como el miedo a la oscuridad, deben ser tomados muy en serio por sus consecuencias futuras realmente invalidantes. Pero tampoco hay que actuar de manera desmesurada sobredimensionandolo y sobreproteger al niño.
Es necesario ir viendo de manera progresiva como se va comportando el infante. Si, por ejemplo, tiene miedo de los monstruos que pueden estar bajo la cama, hay que quedarse a su lado leyéndole un cuento hasta que se duerma, mirar junto con él por todos lados cerciorándose de que no hay nadie, incluso se puede dejar una pequeña luz o la puerta del cuarto semiabierta para tranquilizarlo.
Cuando estos miedos no son abordados de manera correcta, puede dar paso a la fobia. Una de las más importantes es la escolar que incluye también el trayecto de ida y vuelta al establecimiento. Quien no recuerda por ejemplo los famosos dolores de panza o la fiebre del lunes por la mañana? En estos casos hay que auxiliar al niño y tal vez hacer un acompañamiento de algunas horas dentro de la escuela para que pueda ir adquiriendo progresivamente la confianza necesaria.
Muchas veces la fobia se confunde y lo que hay es angustia de separación. Para resolver este problema muchas veces hay que hacer una consulta familiar porque puede tratarse de una angustia de los padres que se transmite al niño. En este caso es necesario realizar pequeñas separaciones progresivas y esperar que el niño sepa que, aunque se separe, sus padres no van a desaparecer.
viernes, 2 de enero de 2015
Año nuevo, ¿vida nueva?
Es habitual que cuando está terminando el año hagamos un balance de cómo nos fue y cuanto de lo proyectado pudimos llevar a cabo. La llegada del nuevo año renueva las esperanzas y propone nuevos objetivos.
Hacer un balance es una herramienta para organizar los deseos que uno desea que se cumplan y tambien ver cuán capaz ha sido de llevarlos a la práctica. Es la ocasión ideal para sacar a la luz nuestros sueños, estimular la imaginación y alargar los horizontes en cualquier aspecto que sea.
El problema aquí tiene que ver con las expectativas de cada uno. Hay personas que se ponen metas inalcanzables y que ellas mismas saben que son imposibles de llevar a la práctica para si, simplemente para seguir sosteniendo sus creencias; por ejemplo alguien que se siente poco inteligente se imagina siendo profesor universitario, o aquel que no se anima a salir de su casa, se propone hacer un viaje alrededor del mundo.
Fundamentalmente en este ejercicio anual debemos reflexionar y ver hasta donde pudimos llegar, pensar si con el nuevo año nos animamos a mas y que instrumentos vamos a implementar para hacer realidad nuestros proyectos.
Si bien el balance es casi obligado cuando llega fin de año, no necesariamente es conciente o verbalizado, pero sí permitir darse espacios de reflexión y decidir si uno quiere seguir con su vida tal como está actualmente o no. Esa es una manera de hacer una introspección y abrirse al cambio; luego hay que animarse a ir por mas y no quedarse en la mera fantasía.
En realidad cuando suena la campanada de las doce de la noche nada cambia y sin embargo, todo cambia, porque el 31 de diciembre de cada año marca el fin de un año y el nacimiento de uno nuevo y con ello se renuevan las esperanzas.
De todos modos nada cambia en una noche y tanto nuestras alegrías como las penas están ahí, se trata más bien de un pasaje simbolico que tiene su importancia. Esto es asi porque el ser humano tiene necesidad de pasajes de ritmos y alternancias para continuar. Hablamos por ejemplo de la alternancia entre el día y la noche, las semanas, los meses y un año que termina y otro que comienza, todo eso marca un ritmo y nos permite una ubicación temporal sobre nuestro alrededor y nuestra existencia.
El pasaje a un nuevo año también nos inscribe en una dimensión universal dentro del calendario gregoriano, porque concierne a toda la humanidad. Aunque existen otros comienzos de año como el año nuevo chino y el año nuevo judío, estas tienen más que ver con celebraciones restringidas a una comunidad. Además nos relaciona con un sentimiento de pertenencia a la comunidad mundial.
El año nuevo nos remite a una necesidad de proyectar y resolver favorablemente situaciones que a lo mejor pudieron solucionarse antes. El año nuevo actúa como un poderoso renovador de fuerzas para decirse, “año nuevo vida nueva” y este cambio de calendario nos impulsa y permite ordenar el tiempo y decidir entre un antes y un después.
El pasaje de un año al otro genera en alguna medida una transfusión de energía. Todos estamos sometidos a un tiempo que inexorablemente avanza y nos conduce inevitablemente hacia la muerte, pero el comienzo de año nos da esperanzas del nacimiento de otra vida, como si se tratara de alguna manera de un renacimiento. Arrancar un nuevo año es en cierta forma darse un poco de eternidad. Se escucha mucho entre los pacientes y en la comunidad en general decir “Que suerte que este año está terminando… voy a dar vuelta la página y empezar de nuevo”
Todos tenemos necesidad de dar vuelta la página, de cerrar algunos cajones y decidir que ciertas situaciones ya pertenecen al pasado. Un nuevo año responde a estas exigencias y nos ofrece esperanzas de una vida nueva. “Comenzar un nuevo año, es pensar en algunos momentos de eternidad”.
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